Tenemos que mantenernos de
pie y mirar al mundo a la cara: sus cosas buenas, sus cosas malas, sus bellezas
y sus fealdades; ver el mundo tal cual es y no tener miedo de él. Conquistarlo
mediante la inteligencia y no sólo sometiéndose al terror que de él emana. Todo
el concepto de Dios es un concepto derivado del antiguo despotismo oriental. Es
un concepto indigno de los hombres libres. Cuando se oye en la iglesia a la
gente humillarse y proclamarse miserables pecadores, etcétera, parece algo
despreciable e indigno de seres humanos que se respetan. Tenemos que hacer el mundo lo mejor posible, y
si no es tan bueno como deseamos, después de todo será mejor que lo que esos
otros han hecho de él en todos estos siglos. Un mundo bueno necesita
conocimiento, bondad y valor; no necesita el pesaroso anhelo del pasado, ni el
aherrojamiento de la inteligencia libre mediante las palabras proferidas hace
mucho por hombres ignorantes. Necesita un criterio sin temor y una inteligencia
libre. Necesita la esperanza del futuro, no el mirar hacia un pasado muerto,
que confiamos será superado por el futuro que nuestra inteligencia puede crear.
Debemos aprender a pensar en la raza
humana como en una familia y fomentar nuestros intereses comunes con el
inteligente empleo de los recursos naturales, marchando juntos hacia la
prosperidad y no separados hacia la destrucción y la muerte.
El cambio mental requerido es difícil
y no será logrado en un momento, pero si la necesidad es reconocida por los
educadores y si los jóvenes son educados como ciudadanos de este mundo y no de
un mundo desaparecido de guerreros depredadores, el cambio será logrado en una
generación, en forma que existirá la esperanza de salvar por lo menos a una
parte de la humanidad de la destrucción universal con que nos amenaza nuestro
sometimiento a ideas anticuadas. El universo es vasto y los hombres son motas
diminutas en un insignificante planeta. Pero cuanto más comprendamos nuestra
insignificancia y nuestra impotencia frente a las fuerzas cósmicas, más
asombroso resultará lo que los seres humanos han logrado.
Nuestras lealtades últimas corresponden a las posibles realizaciones del
hombre y, con esta idea presente, los conflictos de nuestra inquieta época se
hacen soportables. Hemos de aprender todavía mucha cordura y, si es verdad que
la cordura sólo se aprende en la adversidad, debemos disponernos a soportar la
adversidad con toda la fortaleza que podamos concentrar. Pero, si aprendemos a
ser sensatos con suficiente premura, cabe que la adversidad no sea necesaria y
que el futuro del hombre sea más feliz que cualquier época de su pasado.
Autor: Bertrand Russell.
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